viernes, 5 de junio de 2015

El Chico al que perseguían las Gordas

Desde pequeño, a la temprana edad de cuatro años, ya su vecina del primero lo atosigaba una y otra vez, diciéndole que sería el marido perfecto para su hija. Al pequeño Juan Carlos sólo con pensarlo le daban arcadas.

Carmen, que así se llamaba la hija de su vecina, era encantadora. Encantadora para su madre, claro. Niña repipi donde las haya, lo buscaba por todos los rincones del barrio hasta dar con él. No se despegaba del chiquillo ni con agua caliente. Juan Carlos, con la prudencia que lo caracterizaba, aguantaba estoicamente las continuas insinuaciones de Carmencita.

En el colegio, ninguna chica podía acercarse a Juan Carlos sin el consentimiento previo de la repipi niña. Lo acaparaba durante toda la jornada. Cuando algún compañero le preguntaba algo, ella rápidamente contestaba por él, anulándolo por completo.

Los padres de Juanito se habían percatado de las insolentes y continuadas palabras de su vecina e intentaban aconsejar a su hijo, diciéndole que no se preocupara, que no le diera importancia, y que era muy joven para tener novia. Pero por las noches las pesadillas eran continuas, aquella chica lo triplicaba en kilos, sus pechos eran tan grandes que el camisón rebosaba y a punto estaba de perecer aplastado contra la pared del dormitorio. Juan Carlos despertaba día tras día con el corazón encogido y bañado en sudor.

El pequeño Juan Carlos intentaba de todas las maneras posibles eludir a aquella "ballena con patas" que lo perseguía allá donde iba. Una mañana de invierno, después de desayunar, se preparaba para asistir a un nuevo día de clase, cuando de repente sonó el timbre de la puerta. Era Isabel, la madre de Carmencita. El pequeño Juan Carlos, detrás de la puerta, no podía creer lo que estaba escuchando: Carmen estaba enferma y no podría asistir al colegio.

Pasaron varios días y Juan Carlos seguía rezando todas las noches para que se alargara la enfermedad de su vecina. El pequeño pudo entonces conversar y conocer a sus compañeros de clase que, sorprendidos, pudieron comprobar que aquel chico que se sentaba junto a "la gorda" sabía hablar. Otra nueva situación llenó de alegría al pequeño, que vio cómo la vida nuevamente le sonreía cuando el profesor anunció que a Carmen la habían trasladado de colegio.

Aquel final de curso fue enormemente gratificante. No se lo creía, podía hablar sin censura ni reprimenda de su ex-compañera, a la que él llamaba para sus adentros "ballenita con patas". De aquel  niño tímido salieron cualidades y virtudes que fueron brotando conforme avanzaba el curso.

Pasaron los años y a Juan Carlos le empezó a cambiar la voz. De aquel niño tímido quedaba poco. Eso sí, seguía siendo prudente y formal como su padre.

Empezó a ver a las chicas de manera especial. Empezaban a entrar en su cabeza posibles noviazgos de juventud. La morenita del pelo largo y ojos risueños lo ponía nervioso, era acercarse a ella y el corazón se le aceleraba. La chica lo sabía, pero a ella sólo le interesaba jugar y bailar. Por mucho que lo intentó, nunca lo consiguió. La vida puede llegar a ser cruel y él lo sabía bien.

En una ocasión, estaba Juan Carlos sentado en un banco del parque reflexionando sobre su vida, cuando de repente, irrumpió una chica alta, rubia y con bonitos ojos. Se llamaba Miriam. La chica se presentó amablemente y se sentó junto al joven, que no podía creer lo que estaban escuchando sus oídos.

La joven, amablemente y con clara verborrea, le estaba pidiendo salir con él para conocerse y demás. Juan Carlos la miró fijamente, se levantó de un brinco y con voz temblorosa le dijo que tenía que marcharse, pues tenía deberes que hacer.

Llegó a su casa a pasos forzados, tropezó con el escalón de la entrada y torpemente abrió la cerradura de la puerta de su casa.

De repente, la tarde se le tornó gris y sus olvidadas pesadillas volvieron a su cabeza, pues la chica rubia duplicaba los kilos de su ex-vecina "la ballenita con patas".

Esa noche no pudo dormir pensando en lo que le pasaba. ¿Por qué las chicas gordas se fijaban en él? Por más que intentaba resolver el enigma, no lo conseguía. A la mañana siguiente, salió camino del colegio sin ni siquiera desayunar. Llegó en un tiempo récord. Su única intención esa mañana era llegar a clase cuanto antes y así evitar a la "ballenita rubia".

La mañana en clase fue un tormento, los profesores se alternaban, las clases avanzaban y Juan Carlos seguía pensando en Miriam. Los compañeros le preguntaban qué le pasaba, pues pasó todo el día mudo, sin articular palabra. Él contestó con un "nada".

Así transcurrieron dos semanas, dos largas semanas que se le hicieron eternas. No podía seguir así, tenía que coger el toro por los cuernos y frenar aquella absurda situación. Entonces, Juan Carlos bajó de su casa y se encaminó al parque, decidido y con los argumentos bien estudiados.

Al llegar al parque, Miriam no estaba. Preguntó a Rosa, amiga íntima de Miriam, y ésta le respondió que no tardaría en llegar, pues ella misma la estaba esperando. Esta situación puso a Juan Carlos muy nervioso, más aún cuando Rosa le preguntó que quería de su amiga. Los argumentos que tan estudiados traía se volvieron contra él. Nada salía bien de su boca; todo eran  contradicciones que se agravaron aún más cuando apareció de repente su "ballenita rubia".

Al ver a Juan Carlos hablando con su amiga, Miriam dio media vuelta y se marchó. Un suspiro salió de lo más profundo de Juan Carlos al observar la reacción de la chica, y un fuerte dolor de cabeza le sobrevino al escuchar cómo Rosa gritaba a su amiga que Juan Carlos la estaba buscando.

Miriam giró sobre sí misma y lo enfrentó. La mirada que le propinó no se le borrará en su vida. No hizo falta terminar la conversación que aquel día quedó pendiente. No hizo falta intérprete; todo quedó claro y zanjado.

Los siguientes días fueron muy duros para Juan Carlos, pues no hallaba respuesta a sus preguntas. Volvieron a aparecer las temidas pesadillas, sus chicas "botero" no dejaban de aparecérsele en sus noches de angustia.

Poco a poco, el tiempo fue difuminándolo todo, aunque, cuando más relajado se encontraba, saltaba "la gorda" a su cama.

Juan Carlos cursaba su octavo y último curso en el colegio de San Miguel. Todas las mañanas, una sensación indescriptible recorría su cuerpo cuando su morena soñada aparecía en sus pensamientos. Su chica era un par de años menor que él. Ella era una chica menudita, tal y como a él le gustaban. Su pelo largo y moreno aparecía en todos sus sueños. Su nombre, Sara.

Por la mañana pensaba en Sara, a mediodía pensaba en Sara, por la noche pensaba en ella.

Sus pesadillas se convirtieron en plácidos sueños; sueños de los que no quería despertar nunca. Se besaban a la luz de la luna, paseaban cogidos de la mano, bailaban en la fiesta de fin de curso...

A la salida de clase siempre sus ojos buscaban a su morenita. Por la tarde en la plaza del barrio sus ojos seguían buscando a su morenita. Por la noche en sus sueños seguía buscando a su morenita. Pero ni de día, ni de noche, ni de madrugada, los ojos de la morenita buscaban los de Juan Carlos. 

De nuevo la vida se le antojaba malvada...


lunes, 13 de octubre de 2014

La Piscina de los Sueños

Sobre las cinco de la mañana, Alejandra y Samuel saltaron con fuerza a la piscina de sus sueños. Las sensaciones que percibieron en ella fueron indescriptibles. Nadaban y nadaban sin preocupación alguna. No tenían que preocuparse de comer, ni de beber; simplemente nadando era felices.

Todas las mañanas al despertar, la joven pareja nadaba y nadaba sin rumbo fijo. La felicidad en ambos no parecía tener fin. Por las tardes, después de un merecido descanso, los hermanos se miraban mutuamente. El amor que ambos desprendían iluminaba el universo.

Pasaron los días y la pequeña Alejandra venía observando cómo a su hermano le costaba nadar, y se iba quedando atrás. Ella, en su interior, pensaba que se estaba volviendo un poco perezoso, pero la realidad era muy distinta.

A los tres meses de aquel desembarco en la piscina de los sueños, Samuel empezó a no querer nadar con su hermana, o más bien, a no tener fuerzas para hacerlo. Pero su hermanita, con un amor sin igual, siempre buscaba cualquier excusa para hacerlo nadar.

Un dos de septiembre de un año que no quiero recordar, una gran aguja de acero penetró en el pequeño cuerpecito de Samuel hasta dejarlo sin aliento. No le dio tiempo a reaccionar. Su hermana espantada, gritó todo lo que pudo sin que aquellos pequeños pulmoncitos todavía en proceso de desarrollo pudieran alzar su voz.

En pocos segundos, su hermano Samuel dejo de existir, y lo hizo por el mero hecho de que alguien lo decidió por él. Nadie le preguntó si quería volar con su pequeña discapacidad. Nadie le dio la oportunidad de poder expresarse una vez fuera de "la piscina de sus sueños".

Simplemente lo ahogaron en ella; sin más.

Derecho a decidir… ?

Por: Abdón Parra López





miércoles, 24 de octubre de 2012

El Universo


Mi  cuerpo empezó a ascender ligeramente, poco a poco. La distancia entre mis pies y el suelo era cada vez mayor. Mi cuerpo se difuminaba por momentos. En pocos segundos, mis ojos pasaron de ver mi habitación, a tan sólo ver el azul del cielo. Estaba feliz. Mi mente paso a descansar, sin prisas, sin estrés, vacía de preocupaciones.

Empecé a vislumbrar a lo lejos unas zonas de colores, todas en tonos pastel. Entré en una de ellas. Una vez dentro, todo era felicidad, se respiraba una tranquilidad infinita.

Seguí avanzando sin encontrar nada, no había nada, salía de una y entraba en otra, y no se veía nada ni a nadie. Tan sólo se respiraba un suave olor a flores recién mojadas.

Empecé a pensar donde estaba y en mi cabeza sólo aparecían confusiones. De pronto mi cuerpo semi difuminado siguió ascendiendo. Entré en otra zona superior en la cual se apreciaba una gran puerta. Estaba cerrada, aunque no tenía cerradura. Entré.

Del azul anterior pasó a prácticamente negro. Me asusté. Al volver, la puerta ya no estaba, no existía, se había evaporado como por arte de magia. Una sensación indescriptible recorrió mi cuerpo, o lo que quedaba de él.

Algo tiraba de mis sabanas, yo intentaba retenerlas, mi corazón bombeaba a toda velocidad. Me desperté. ¿Dónde estaba? ¿Qué había sucedido? ¿Quién me tiraba de la sábana? No era un sueño. Alguien estaba allí. 

Yo lo vi.

Volví a ascender. Las puertas se sucedían una tras otra. No había final, detrás de cada puerta volvía a sucederse la misma cadena de secuencias. Mi cabeza no alcanzaba a entender. La presión se me acumulaba en ella. Volví a despertar.

La habitación estaba oscura, intentaba abrir los ojos para observar lo que sucedía a mí alrededor. Quería abrirlos más, pero se negaban. Mi cuerpo estaba alterado, muy alterado, intentaban quitarme la sabana de nuevo. Yo me resistía. Intentaba ver quién era. Se adivinaba su silueta al pie de la habitación. De nuevo volvía a mi consciencia.

No había sido un sueño.

Encendí la luz, me incorporé y al levantarme, la luz cambió de tonalidad. La puerta se cerró. Me asuste.  De nuevo me encontraba en la zona pastel. Intentaba gritar y de mi boca no salía sonido alguno. La angustia me sobrepasaba. De nuevo me desperté.

Por: Abdón Parra López

domingo, 9 de octubre de 2011

DESDE LA FE

Nada mas levantarme, un vuelco me dio el corazón. La mañana se me antojó distinta.
Me preparé para ir a trabajo. Ese día recuerdo estar triste, sin fuerza. No hacía mucho tiempo que me había separado y todo me costaba más de lo normal.

Antes de entrar a trabajar me pasé por casa de mis padres a ver a la abuela, y de paso felicitar a mi madre que cumplía años. Hay días en los que se notan distintos, raros, insulsos, y éste era uno de ellos.

Esa mañana en la oficina el teléfono sonaba menos de lo habitual, había menos movimiento que de costumbre. Salí a tomar un café y noté como la mañana se tornaba gris, y más gris aún conforme avanzaba el día, o por lo menos a mí así me lo parecía.

No sé porqué, pero aquel año no le tenía ningún detalle a mi madre y aunque soy bastante despistado, nunca se me suelen pasar las onomásticas.

Esa tarde tenía curso de formación en el Aljarafe. Llevaba toda la semana acudiendo a él aunque sin muchas ganas. La hora se acercaba, pero algo me empujaba a no acudir. Mientras decidía si iba o no pasé a la habitación de la abuela, estaba tranquila, serena, aunque algo agitada en su respiración. Nos asustamos un poco y decidimos llamar al médico.

En pocos minutos el servicio de urgencia nos visitó y nos dijo lo que nadie quería escuchar; que todo entraba dentro de la normalidad, con noventa y tres años qué podíamos esperar. Los ánimos se nos fueron por los suelos. Pedimos una segunda opinión a nuestro médico de confianza y nos confirmó lo que ya sabíamos. No se puede hacer nada, ley de vida dijo…

En unos instantes nos tocaba decidir. Llevarla al hospital y de paso llenarla de agujas, tubos y sueros que podían alargarle la vida unos días o quizás alguna semana o…

Bajo mi humilde punto de vista la decisión fue dura pero acertada. Se quedó con nosotros; todos juntos. Recuerdo que la mirábamos con admiración, con orgullo, con mucho orgullo. Mi madre jamás se separó de ella ni un instante. Recuerdo también con el cariño que ella le cogía la mano, como la acariciaba, con la ternura que le hablaba.

Todos estábamos junto a ella en aquella pequeña habitación.

Parecía mentira, pero sólo nos quedaba esperar. . .

            * * *

El último día del mes del Rosario me decidí a llamarla. Un poco nervioso, pero había que coger el toro por los cuernos.

Quedamos para el día siguiente. Día de los difuntos, ¡qué fatalidad! pensé en aquel momento. ¿Le llevo flores?, mejor no.

Si el día que escuche su voz por primera vez me gustó, al conocerla, su sonrisa me enamoró; me cautivó. Era la sonrisa más bonita que jamás habían visto mis ojos. Una sonrisa sincera, trasparente, se podía bucear en ella.

En aquella primera cita estaba nervioso, recuerdo mis manos sudorosas, hacía calor, aunque era noviembre, la noche era totalmente veraniega. Poco a poco fuimos intercambiando algunas palabras hasta que la tensión se normalizó.

Después de esa corta pero intensa velada nos despedimos y aunque dijimos pensarlo unos días, ambos sabíamos que pronto estaríamos juntos para siempre.

Esa noche ya en casa no me podía dormir, inevitablemente se me pasaban muchas cosas por la cabeza, ¿quién me había puesto a esta chica en mi camino? No era fácil en mi situación encontrar una mujer y menos como ella.

Yo no tengo la menor duda de quien la puso en mi camino y todavía hoy día, diez años después, hay noches en las que se me viene el recuerdo a la cabeza y sigo dándoles las gracias una y otra vez.

            * * *

En pocos minutos pasó de un débil latido a la expiración y tras ella el mayor grito que pueda salir jamás del interior de un ser humano, un grito desgarrador, un grito de máxima desesperación, un grito que retumbó en los cielos; el grito de saber que su madre se había ido para siempre.

En pocos segundos pudimos comprobar como el cuerpo yacía frío como el hielo. Como frío y sudorosos se quedaron los cuerpos que en aquella habitación y fuera de ella esperaban la temida despedida ya anunciada.

Se fue. . .

Sí abuela, como puedes comprobar te sigo teniendo en mi corazón. Aquel 24 de octubre te fuiste, pero nunca te olvidaste de nosotros, así como tampoco nosotros nos olvidaremos nunca de ti. Espero que te encuentres bien donde estas y que sigas teniendo esa fuerza que te caracterizaba para poder seguir ayudándonos, porque aquí abajo nos hace mucha falta.

Un beso y gracias de nuevo.

Por: Abdón Parra López

sábado, 1 de octubre de 2011

Virgen de los Dolores a su paso por la calle Conde del Águila (Árbol Gordo)


La calle se vistió de gala para recibir por primera vez a la Stma. Virgen de los Dolores. Esta imagen que radica actualmente en la Iglesia de San Jose Obrero de Sevilla fué la primera dolorosa que tallara el ecultor e imaginero D. Luis Alvarez Duarte, allá por 1962.

sábado, 7 de mayo de 2011

La Mirada del padre



Nuestra Sra. De los Dolores.
Dedicado a los capataces
De Sevilla.



Hace ya varios años que salgo a ver la hermosa Virgen que tallara D. Luis Álvarez Duarte para la hermandad que hoy reside en la parroquia de San José Obrero.
Me llena de alegría  y satisfacción observar a este padre como le transmite a su hijo una de las tradiciones mas intensas de nuestra Semana Santa




LA MIRADA DEL PADRE


Al fondo de la calle se veía venir a aquel muchacho con su traje de Domingo de Ramos. Su andar era firme, sosegado y nervioso a la vez.

La luz de la velas hacían resplandecer las hojas de los naranjos, que mezclados con el humo del incienso llenaban de magia la noche. La Virgen caminaba orgullosa por su barrio. Las calles estaban engalanadas para la ocasión, las guirnaldas enlazaban las farolas; pero de pronto, la tensión se dejó sentir.

Su mirada siempre fija en aquellos balcones que parecían darse la mano. Su voz era baja, incomprensible para su pretendida “profesión”. Las miradas se entrecruzaban, se sabía observado. Su andar impasible; sus movimientos bien estudiados. A pesar de su corta edad, eran ya muchos los años observando a su maestro; el mejor de los maestros.

Con decisión golpeó el llamador para arriar al paso. Miró a su derecha con discreción para asegurarse que todo iba bien. Simplemente con la mirada sabía lo que había que corregir. El maestro lo observaba, no le hacía falta más. La confianza en él era plena, pero sus ojos siempre clavados de reojo en el  muchacho.

Al golpe del llamador, la música empezó a sonar con fuerza. Las bambalinas rozaban los balcones. ¡Siempre de frente! Las miradas volvían a cruzarse. ¡Menos paso quiero!, grita el maestro. Una vez mas las miradas se cruzaban, la tensión se palpaba, la música se para. Sólo los palillos del tambor se escuchaban en el silencio que provocaba la estrechez de la calle.

El sonido de las bambalinas se escuchaba tras golpear con los varales, mezclados con el palillo firme de músico y el siseo de la gente que acallaba a unas voces que se oían tras la banda.

El muchacho retrocedía con decisión. El andar de los costaleros apenas se notaba. El fervor de la gente y los aplausos eclosionaron con fuerza cuando el último varal libró el último de los escollo de aquellos balcones que parecían puestos allí para la ocasión.

El padre se acerca; el hijo se percata de su presencia, el padre le susurra al hijo, el hijo siempre con la mirada en el palio. Todo con discreción absoluta. Todo va bien.
Un año mas las miradas mas cómplices de la Semana Santa salieron a la calle.


Por Abdón Parra López.

Sevilla, Enero de 2.011
 

domingo, 21 de noviembre de 2010

VIAJE DE UN PASTOR


Era una apacible mañana de verano, todo estaba preparado, ya no había vuelta atrás. La abuela repasaba los bultos que viajarían a Sevilla. Sólo quedaba despertar a Rafael. Con tan sólo ocho años, el pequeño de la casa sería el primero de sus hermanos en hacer el viaje.

A lo lejos se apreciaba ya el vehículo. El ruido del motor irrumpía en el silencio de la mañana. El día se palpaba distinto, la calle estaba prácticamente sola, salvo algún vecino que se acercó a despedirles. Con lágrimas en los ojos, la abuela despedía a la primera expedición familiar.

La guerra no perdonó. No había trabajo, no había futuro, las familias empezaban a emigrar a Cataluña, al País Vasco, incluso los más atrevidos a Suiza o Alemania. Al pastor, la decisión le costó tomarla, pero fue la única salida para poder sacar adelante a su familia.

La despedida fue intensa, auque nunca se le notó un ápice de duda en sus decisiones, las lágrimas del pastor corrían por su interior. El corazón le palpitaba con fuerza. El camión ya estaba cargado. El conductor lo arrancó y un suspiro salió con fuerza del corazón de Rafaela. Parte de su familia iniciaba el éxodo.

El pequeño estaba nervioso e ilusionado a la vez. Para el todo era nuevo. La salida fue emocionante, iba en las rodillas de su padre y tenía una visión privilegiada del recorrido. Una gran sensación les invadió cuando empezaron a subir el puerto de Despeñaperros. El ruido del camión empezó a ser desesperante, el calor de pleno mes de julio agobiador, su tierra cada vez más lejos, todo un cúmulo de nuevas sensaciones que al pequeño le constaba encajar. El viaje aunque duro, fue una experiencia que nunca olvidaría.

Después de ocho horas de intenso viaje, ya se veía a lo lejos Sevilla. Pronto llegarían a su destino. La plaza de España les esperaba para recibir a esta familia llegada de tierras manchegas. El chiquillo no se lo podía creer, cuantos edificios, calles, jardines . . .

Mientras su padre se presentaba en las oficinas de la Confederación, el pequeño observaba con asombro todo lo que sucedía a su alrededor. Los coches de caballos se resguardaban a la sombra de los árboles del parque de María Luisa y las palomas se refrescaban en las fuentes; los turistas con sus cámaras parecían no importarles el calor reinante en esa ciudad.

En pocos minutos volvían de nuevo al camión para dirigirse a su destino definitivo “Las Arenas” La finca donde Abdón, “el pastor” trabajaría y donde su familia se alojaría. Una vez ya con el guía, se dirigieron a tal esperado destino, no muy lejos de Sevilla.


Pronto empezó a distinguirse en la distancia la gran portada de la finca, una portada majestuosa con grandes puertas de forja abiertas de par en par para recibirlos. El chofer del camión con su gran experiencia empezaba la maniobra de giro para entrar en la finca, cuando de pronto un gran estruendo se apoderó de todos. Nadie se acordó de la gran grúa que el camión llevaba a sus espaldas. Presa del pánico el segundo conductor del camión salió como pudo del vehículo para ver lo sucedido, El niño empezó a gritar, su brazo se había quedado atrapado entre la guantera y otras piezas del camión y no lo podía mover. Su padre lo tranquilizaba mientras pensaba que hacer, en esos momentos la incertidumbre se apoderó de todos.

Rápidamente, todos menos el pequeño se dieron cuenta de la magnitud del accidente. El conductor del camión yacía muerto entre los amasijos de hierro y toneladas de hormigón que habían literalmente estrujado al camión por ese lado.

Los nervios empezaban a desatarse de  nuevo cuando se dan cuenta de que el brazo del pequeño no lo podían liberar. Pronto empezaron a acudir los empleados de la finca, vecinos de los alrededores, cada uno con una idea nueva.

El niño cada vez más nervioso, miraba a su padre pidiéndole una rápida solución. De pronto un fuerte olor a gasolina desató aún más el nerviosismo. Su padre siempre firme junto a su hijo. La vida del pequeño estaba en grave peligro, el camión podía salir ardiendo y explotar. Los sudores, los nervios, la incertidumbre se apoderó del gentío. Eran cerca de cien personas las que se habían congregado alrededor del suceso. Los bomberos tardaban en llegar. El tiempo pasaba y corría en contra del pequeño Rafael. La noche se les echaba encima.

En pocos segundos al pastor le pasa su vida entera por la cabeza, su mujer, sus padres, su tierra, pero no da tiempo de pensar más. Uno de los asistentes al suceso grita con fuerza “que le corten el brazo con un hacha”. La frase parecía sacada de una película, pero era la única solución, el brazo, o la vida. Su padre se negaba, pedía a gritos otra solución, ¡y los bomberos! . . . gritaba desesperado.

Las mujeres lloraban, el gentío gritaba, el pánico era colectivo. Pero su padre seguía firme junto a su pequeño. De pronto llegaron los bomberos, los ánimos cambiaron y gracias a unos gatos y palancas sacaron con rapidez al niño ya muy agotado.

La euforia y satisfacción llenó de júbilo y vítores al gentío, que tras abrazar y besar repetidas veces el padre a su hijo, la multitud cogió al pequeño en vilo y entre llantos de alegría y gritos de euforia acompañaron al pequeño a casa. Su nueva casa.

El niño, con la emoción del momento decía y repetía “Gracias a quién me haya salvado” “Gracias a quien me haya salvado".

Sin duda, los bomberos fueron guiados e iluminados por la Stma. Virgen de la Antigua, con la que su madre habló y rezó durante todo el recorrido del viaje.

Por: Abdón Parra López